Autor: : Luis Alejandro García Struck
Pablito era un niño muy inquieto; le gustaba saltar, reír y brincar. Ese día era toda una oportunidad, por supuesto: ¡era el primer día de vacaciones y no había que desaprovecharlo! Pero, para su desgracia, le tocaba acompañar a la Favis al supermercado. ¿Por qué tenía que ir él supermercado? ¡Él quería salir a pasear, no andar por los fríos pasillos de una tienda! Así que pataleó e hizo un tremendo berrinche que nadie peló. Molesto y agotado de tanto chillar, suspiró. “Está bien, iré al súper”, pensó con amargura.
De mala gana, Pablito bajó del coche, y siguió a Favis. Pasaron por los distintos pasillos de la tienda: por la fruta, por los quesos, por las carnes, y finalmente llegaron al pan. El carrito ya estaba lleno y todavía faltaba la mitad del engorroso recorrido.
En el momento en que Favis se descuidó, el chamaco aprovechó para correr. Favis, al darse cuenta, se alarmó, recorrió toda la tienda, sudó, y terminó por ir a servicios al cliente para que lo vocearan. Por los altavoces, se escuchó varias veces: “Pablito Zaldívar, su mamá lo espera en servicios al cliente”. Los empleados, alarmados, se pusieron a buscar al chamaco de 5 años, pero éste ya había cruzado la calle y se lanzaba, con la alegría de un travieso niño explorador, a hacer toda una expedición por el parque que se encontraba del otro lado. Corrió, saltó por los charcos, trepó a los árboles, y atravesó el pasto, sin imaginar el tremendo lío que ya había armado.

Favis llamó a Tarsicio, quien interrumpió de inmediato sus labores de trabajo y pasó por José Pancho para que todos juntos iniciaran la búsqueda en el viejo Valiant de Ivet, quien aún con esperanza continuaba haciendo las maletas para que salieran de viaje al día siguiente. Fueron a los sitios cercanos a la tienda que le gustaban a Pablito: a su escuela y a los juegos. José fue al café internet y de forma muy rápida elaboró un cartel que distribuyó por doquier.
Mientras tanto, Pepita pidió permiso para salirse de la oficina, fue a la policía, a la cruz roja y a otros cien lugares. Hizo múltiples llamadas para reportar al chamaco y, ya por la tarde, mientras comía, se puso a mover todas sus redes sociales para encontrar al mugroso escuincle. La familia había perdido los estribos tratando de encontrar al diablillo.
Pablito se encontraba espantado y perdido, ya no sabía cómo salir de aquel enorme parque y su gran aventura se había convertido en toda una pesadilla. Sólo gritaba los nombres de sus seres queridos: “Pepita, Favis, José, Tarsicio, Jorge, Ivet…” pero ninguno de ellos acudía a su rescate. Cansado de tanto buscar y llorar, se quedó dormido.
A eso de las 2 de la mañana, con mucha tensión y preocupación por parte de todos, la búsqueda seguía. De repente, llegó un coche de policía a la casa. Sólo Jorge se encontraba dormido: alguien debía descansar para continuar con la búsqueda al día siguiente. El policía tocó a la puerta; rápidamente Ivet abrió. En ese momento, Pablito llegó corriendo y la abrazó. Los policías preguntaron “¿Es usted la mamá de este niño?” Ivet respondió que sí. En menos de 5 minutos, Favis, Tarsicio, Pepita, José y hasta Jorge ya habían salido a ver y abrazar a su pequeño crío. Los policías, confundidos, preguntaron quiénes eran los padres, pero todos respondieron que era su hijo. Asombrada, la policía terminó por irse y ellos se fueron a la cama. Al otro día, a las seis de la mañana la familia de siete (tres mamás, tres papás y un escuincle) salía de viaje. Por suerte, Papá Jorge había dormido bien y era capaz de manejar la gran camioneta. Mamá Ivet había hecho las maletas de todos, además de unos ricos almuerzos para el camino. Entonces Pepita suspiró y con una sonrisa expresó: “Si no tuviéramos este gran equipo, jamás habríamos logrado salir hoy de viaje”.